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martes, 23 de julio de 2013

BASES NEUROBIOLOGICAS DE LA ADICCION (3 y final)



Hoy sabemos que los estímulos ambientales (encontrarse con un amigo, pasar por delante de un determinado bar,...) (Imagen_18), estímulos discretos (como un olor, la parafernalia utilizada para la autoadministración de la droga...) (Imagen_19) o internos (el estrés, un determinado estado emocional...), previamente asociados al consumo de la droga y que se denominan estímulos condicionados, pueden desencadenar el deseo de consumo y respuestas emocionales en los pacientes adictos. Ello tiene una gran relevancia clínica ya que frecuentemente provocan la recaída tanto durante el consumo activo como durante la abstinencia. 





La importancia de los estímulos ambientales en la adicción fue observada primeramente dentro del ámbito clínico, a través de los relatos de los pacientes. Más recientemente, los estudios de neuroimagen funcional, han permitido observar la respuesta cerebral provocado por estímulos asociados al consumo en pacientes adictos. Uno de los primeros autores que ha trabajado en este campo es Anna Rose Childress que en 1999 ha publicado un trabajo de neuroimagen funcional en el que estudia un grupo de pacientes adictos a la cocaína desintoxicados y los compara con controles sanos. Los registros obtenidos muestran la respuesta de distintas estructuras neuronales cuando los pacientes y los controles están viendo un video con imágenes relacionadas con el consumo de cocaína. 
 
Durante la visualización del vídeo, los pacientes presentaron activación en dos regiones límbicas, la amígdala y en el cingulado anterior. El registro cerebral permite observar claramente activación en dos regiones límbicas, la amígdala y el cingulado anterior. La activación de estas dos regiones es muy significativa puesto que las dos tienen un papel muy importante en la conducta afectiva y el aprendizaje emocional. La amígdala es critica para el aprendizaje de relaciones entre el significado biológico de los estímulos (comida, bebida, dolor) y las señales que los predicen. En los pacientes que consumen cocaína, la amígdala procesa también el significado emocional de esta droga. Por su parte, el cingulado anterior comparte conexiones recíprocas con la amígdala y tiene también un papel en el control de las respuestas emocionales. 
 
En estos estudios, se registra al mismo tiempo la respuesta emocional del sujeto ante los estímulos relacionados con el consumo y se observa que las regiones cerebrales antes mencionadas, se activaban al mismo tiempo que el sujeto experimentaba deseo de consumo (craving) y que la activación era más intensa cuanto mayor el deseo de consumo experimentado por el paciente El proceso de condicionamiento también se ha estudiado mediante modelos experimentales realizados en animales. Éstos últimos han permitido conocer con mayor precisión cuales son los núcleos y las conexiones neurales que intervienen en el efecto de los estímulos condicionados. 





Los estudios experimentales han permitido evidenciar la implicación esencial del sistema dopaminérgico en el proceso de condicionamiento de estímulos relacionados con el consumo, aunque otro neurotransmisor, el glutamato, juega también un papel crucial en este proceso. ¿Como se realizan estos estudios de condicionamiento en el laboratorio? Normalmente se llevan a cabo en roedores de laboratorio, a las que se administra previamente una droga como la cocaína utilizando un programa previamente establecido.
 


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Posteriormente, mediante un diseño experimental adecuado, se entrena a estas ratas a responder a estímulos ambientales que se han asociado a la presentación de la droga durante el programa previo de administración. De esta manera, se observa como las ratas responden ante los estímulos ambientales de la misma manera que lo harían ante la droga. En esta situación, se ha observado que la presentación de estímulos condiconados provoca un aumento de dopamina en el NAc. 
 
Las regiones cerebrales implicadas cuando un individuo, animal o humano, está procesando estímulos relacionados con el consumo, son, esencialmente, el CPF, la amígdala, el NAc, en concreto una de la subregiones de esta estructura, el “core”, que es el que está conectado con la amígdala.Las conexiones entre los dos primeros y el NAc “core” son cruciales en el establecimiento de conexiones estímulo-recompensa, donde los estímulos son elementos discretos (un sonido, una luz, un olor). Además, el hipocampo, una estructura crucial para el procesamiento de la memoria relacionada con el contexto en el cual tienen lugar el condicionamiento. Esta estructura recibe también proyecciones dopaminérgicas procedentes del ATV y, a su vez, se proyecta sobre el NAc, relacionando así un determinado contexto con su valor como reforzador o motivador. También se ha observado activación en otras regiones de los ganglios basales, como es estriado dorsal. 



En otros diseños experimentales, se ha observado que es, precisamente, el aumento en los niveles de DA provocado por la presentación inesperada de estímulos condicionados, lo que desencadena en las ratas la conducta de búsqueda de la droga, previamente aprendida. En humanos seria el equivalente a desencadenar el deseo de consumo, que es el preámbulo de la búsqueda de la droga y posterior consumo o recaída. En este punto, es importante recordar que en esta conducta de consumo controlada por estímulos ambientales, la amígdala y sus conexiones con el NAc “core” son esenciales. 

La conducta de consumo de drogas de abuso es, en sus fases iniciales, una acción instrumental, motivada y dirigida a un claro objetivo: la obtención de placer, bienestar y euforia, proporcionados por la droga. Hoy sabemos que con el tiempo y la repetición, las acciones instrumentales inicialmente dirigidas a un objetivo se transforman en habituales, activadas por mecanismos estímulo-respuesta, y acaban por transformarse en hábito de conducta.

Si la conducta de consumo de droga en sus momentos iniciales era una conducta impulsiva, en la fase final del consumo, cuando la adicción ya está constituida, el consumo es de tipo compulsivo.
 
Esta evolución de la conducta de consumo se refleja en los mecanismos neurobiológicos que la sustentan. Mientras que en las primeras fases del consumo, la conducta dirigida al objetivo estaba controlada, esencialmente, por la actividad del cortex prefrontal, a medida que avanza el consumo, el control de la conducta se va transfiriendo progresivamente a la actividad de los núcleos subcorticales. Es decir, el CPF mantiene conexiones bidireccionales bien organizadas con el estriado dorsal, a través de los circuitos cortico-estriato-corticales, que controlan la conducta automática o habitual. La alteración funcional del cortex prefrontal, debida en gran parte al desequilibrio entre los receptores D1 y D2, ya descrito anteriormente, y también a alteraciones funcionales en otros sistemas de neurotransmisión, como el glutamato y la serotonina, favorece el establecimiento de hábitos compulsivos de consumo. 
 
Por otra parte, en el estriado se van produciendo cambios durante el consumo crónico de sustancias. El NAc media los efectos motivacionales de consumo de drogas al inicio del proceso adictivo, esencialmente a través de la liberación de DA. Sin embargo, con el consumo crónico los efectos dopaminérgicos de las sustancias adictivas, se extienden desde el NAc (situado en la región ventral del estriado) hacia las regiones dorsales del estriado dorsal. La región ventral del estriado se denomina también estriado límbico y a medida que avanzamos hacia las regiones dorsales del estriado vamos encontrando las regiones de asociación y sensoriomotoras del estriado.

Estudios realizados en roedores y en primates han puesto de manifiesto que en las fases iniciales de exposición a la droga, el aumento de los niveles de DA como consecuencia del consumo afectan, preferentemente, al estriado ventral, y a medida que la adicción avanza, el incremento en la liberación de DA se va extendiendo al estriado dorsal. En pacientes adictos, las técnicas de neuroimagen funcional han permitido evidenciar diferencias en la liberación de DA en las distintas regiones del estriado, límbica, asociativas y sensoriomotora, con un predominio de la liberación de este neurotransmisor en las REGIONES  LIMBICAS. En esta situación, el consumo de la droga se mantiene de forma automática, a pesar de que el objetivo último de la conducta (la obtención de placer) se ha devaluado y la conducta ya no está bajo el control voluntario por parte del sujeto. 
 
Al final del proceso adictivo, extensas regiones cerebrales están implicadas en este trastorno psicopatológico y todas ellas experimentan cambios neuroadaptativos y neuroplasticos. Entre todas estas regiones debemos mencionar los núcleos dopaminérgicos mesencefálicos (ATV y SN), distintas regiones límbicas esenciales en el procesamiento emocional, como la amígdala, el hipocampo, el NAc, el estriado dorsal y el cortex prefrontal. 

El proceso de formación de hábitos de conducta, con la puesta en marcha de los mecanismos que constituyen el sustrato neurobiológico del aprendizaje, es fundamental en todos los tipos de adicción. En las adicciones no químicas, como el juego patológico o las compras compulsivas, en las cuales no existen los efectos dopaminérgicos adicionales que la sustancia genera, la activación de los mecanismos neurobiológicos propios del aprendizaje motivacional y del aprendizaje de hábitos debe desempeñar un papel fundamental en el control de la conducta del adicto. Además, los efectos profundos de este tipo de aprendizajes, que forman parte de los mecanismos de memoria procedimental, contribuirían a explicar la resistencia a la extinción de las conductas adictivas. 




La vulnerabilidad para el desarrollo de un adicción está influenciada por diversos factores genéticos y ambientales. Ambos factores se entrelazan entre sí y se suman a los efectos propios de las drogas de abuso, potenciándose mutuamente. 

Muchos trastornos médicos tienen un componente genético, pero la mayoría de ellos, con inclusión del cáncer, la obesidad y las enfermedades del corazón presentan un componente genético múltiple, con contribuciones de múltiples genes y variantes genéticas. Igualmente, la vulnerabilidad a la adicción está determinada por múltiples genes, muchos todavía sin identificar y, de los ya identificados, se desconoce todavía como interaccionan entre sí y con el ambiente. A título de ejemplo, vamos a hablar de algunos factores concretos que tienen especial influencia en la adicción.

En humanos adictos a distintas drogas de abuso, cocaína, alcohol, heroína, etc, se ha descrito una disminución de la densidad de un tipo de receptor dopaminérgico, los receptores D2 en el estriado, que vendría determinada por la presencia de determinadas variantes del gen que codifican la expresión del receptor de D2 en estos individuos vulnerables. Esta disminución de D2 persiste en los pacientes adictos incluso después de varios meses de abstinencia y algunos autores han propuesto de podría preceder a la adicción, es decir, estar presente incluso antes que se desarrolle la adicción. Se cree que esta disminución en la densidad de estos receptores dopaminérgicos implica una hipofuncionalidad en este sistema que, desde la vertiente emocional implicaría un estado de malestar que induciría al consumo. Es decir, estos individuos después de las primera experiencias esporádicas con la droga, experiencias que muchos individuos, sobre todo jóvenes pueden tener, estarían muy predispuestos a repetir el consumo, ya que la experiencia de placer y bienestar proporcionada por la droga sería muy superior a la que experimentaría un individuo normal. Algunos autores han hablado de “síndrome de déficit de recompensa” que predispondría a las conductas adictivas como un intento de compensar la sensación básica de malestar (automedicación).

Un factor que tiene un peso especialmente relevante en el consumo de drogas es la impulsividad. Para hablar de la impulsividad en este contexto, es interesante hacer referencia al trabajo realizado por el grupo de Antonio Damasio Antonio Bechara quienes han trabajado en este tema. Vamos a poner el mismo ejemplo que ellos publicaron en la revista Nature en el año 2005. Imaginemos que estamos en una fiesta y un amigo nos ofrece la posibilidad de consumir droga. Si nos paramos a pensar solo un momento, en nuestra mente podremos oir la voz de nuestros padres previniéndonos contra los peligros que dicho consumo puede conllevar. Nosotros mismos sabemos que, en determinadas condiciones, después es un peligro conducir, o que al día siguiente no nos concentraremos para preparar el examen etc. Estamos ante una situación de decisión dura pero debemos decidir entre un placer inmediato o la obtención de unos beneficios muy superiores a largo plazo. Aquí entra en juego nuestra capacidad de resistir el primer impulso. La mayoría de personas tienen una capacidad normal de controlar las respuestas impulsivas, es decir, las que en este caso nos harían actuar movidos por el placer inmediato. Sin embargo, otras, son especialmente vulnerables en este sentido y les resulta difícil controlarse ya desde las primeras veces que entran en contacto con las drogas. Bechara ha comparado las dificultades de estos individuos con los pacientes neurológicos que presentan determinadas disfunciones en el cortex prefrontal, que les predisponen a tomar decisiones poco convenientes. 

Hemos hablado de dos factores con un peso genético, el malestar intrínseco de determinados individuos y de la predisposición a actuar con impulsividad. Si una de estas dos características o las dos a la vez, coinciden en una persona con una carga ambiental negativa, genética y ambiente se combinan y actúan en contra del individuo impulsándole a consumir. Pero además, algunas de estos factores de vulnerabilidad genética pueden facilitar los cambios neurobiológicos, que antes hemos descrito.

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