Es frecuente que a los científicos y a los medios de comunicación se les llene la boca resaltando la trascendencia de un trabajo biomédico cuando éste se ha publicado en una revista de prestigio. Las que se conocen como peer review (revisión por pares). Algunos se atreven a afirmar que sólo entonces estamos ante la verdad publicada.
Las peer review solo publican aquello que ha pasado por el filtro de críticos y sesudos expertos en el tema que trata de convertirse en un paper (un estudio publicado en una de estas revistas). Cuando eso sucede parece que se logra, asimismo, carta blanca para que la investigación, el experimento, el ensayo clínico, genere confianza entre muchos colegas -los hay que incluso que cambian su criterio terapéutico después de haber estudiado la información- y logre credibilidad entre los medios de comunicación que les sirven de eco para difundir los resultados a toda la sociedad.
En el BMJ expertos de la Universidad de Carolina del Norte, en EEUU, ponen en evidencia que hasta el 30% de los ensayos clínicos de calado (con más 500 pacientes en los mismos) nunca llegan a ver la luz en una publicación científica. Para colmo, el 78% de esos estudios que no han pasado el filtro peer review ni siquiera tienen los resultados volcados en una web de acceso universal.
Los autores de esta investigación recalcan que se puede etiquetar de fraude poco ético el que 300.000 personas que participaron en esas experiencias se hayan expuesto a los riesgos que siempre comportan los estudios biomédicos para que luego la sociedad entera no pueda aprovechar la experiencia de los datos que ellos mismos generaron.
El que no se publique un porcentaje muy significativo de los ensayos clínicos que se han realizado lleva ya mucho tiempo levantando polémica. Incluso voces autorizadas denuncian que puede que haya pautas de tratamiento consensuadas para determinadas patologías que están basadas en conclusiones falsas. En general, las guías terapéuticas se elaboran después de analizar el pool de estudios que hay publicados sobre una determinada patología. Lo que puede ocurrir es que en ese pool de datos no estén incluidos los resultados de los estudios negativos (que seguro que los hay) pero que no han sido publicados nunca. Entonces, la ciencia no es tan ciencia como dicen muchas veces los puristas. O los interesados.
Si lo que dice el BMJ es preocupante, la portada de hace dos semanas de The Economist es demoledora. Una de los semanarios más prestigiosos del mundo titula en su primera página "How the science is wrong". En un amplio despliegue en su interior The Economist repasa cómo muchos experimentos publicados luego no pueden replicarse, la frecuencia con la que estadística que inunda un porcentaje alto de las publicaciones es grosera, el fraude de los datos, la paradoja que tiene el hecho de que los estudios negativos -y que no se publican- son bastante más fiables que los positivos que sí han visto la luz, así como la pobreza que se ve en ocasiones en la revisión por pares (peer-review) en dónde se cuelan errores importantes que no son detectados.
Comprobar las cortapisas que tiene la tan cacareada verdad publicada en revistas científicas es algo preocupante, desde luego. Pero lo sería mucho más el continuar la táctica de mirar para otro lado sin denunciar una realidad probada. Ahora de lo que se trataría es de intentar mejorar los filtros y procesos para lograr que el porcentaje de ciencia de verdad publicada sea significativamente mejor de lo que hoy en día lo es.
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