Está en la cola del supermercado, esperando que llegue su turno. Con
la lista de la compra aún en la mano, hace un repaso mental. No ha
olvidado nada. No necesita nada más. De repente, por el rabillo de su
ojo se cuelan unas apetitosas golosinas o unos deliciosos bombones y no puede resistirse a la
tentación. En un abrir y cerrar de ojos, una pequeña bomba calórica se
va con usted a la casa.
Si se ha visto reflejado en la situación, no se apure, no es el único que sucumbe habitualmente a las compras de última hora junto a la caja. De hecho, estas adquisiciones suponen un considerable porcentaje del volumen total de ventas de las superficies comerciales.
La industria alimentaria sabe que nuestra relación con la comida a menudo responde a impulsos, a reacciones más automáticas que racionales. Y eso juega en nuestra contra a la hora de combatir el sobrepeso y la obesidad, según denuncian los expertos en salud pública.
Algunos cientificos van un paso más allá en este planteamiento y reclaman abiertamente una mayor protección del consumidor frente a las estrategias de mercado. Según su punto de vista, son necesarias medidas que limiten la capacidad del marketing para hacerse un hueco en las preferencias del consumidor ya que, aseguran, el usuario no siempre es consciente de su poder. La mayoría de la gente no reconoce que el emplazamiento de los productos repercuta de alguna manera en sus elecciones o en su comportamiento alimentario. Sin embargo, numerosos estudios han demostrado que la ubicación sí importa. Influye en nuestras decisiones de una manera que está fuera de nuestro control consciente y eso afecta a nuestras posibilidades de padecer enfermedades crónicas.
Estas estrategias de marketing deberían considerarse un factor de riesgo oculto ya que escapan a nuestra capacidad de raciocinio. Por eso, para proteger al consumidor, podría ser útil limitar los tipos de alimentos que se pueden colocarse al final de los pasillos o, directamente, ubicar determinados alimentos en lugares que requieran una búsqueda deliberada
Otros puntos de vista apoyan en el hecho de armar al ciudadano con herramientas para poder enfrentarse a las estrategias del mercado. Hay que educar, desde el colegio, para que la gente sepa qué calorías tienen los productos, qué poder nutricional tienen y cuándo tomarlos. Porque no hay alimentos malos. Si se lleva una vida activa y se sigue una dieta equilibrada, se puede comer de todo.
(condensado de El Mundo)
Si se ha visto reflejado en la situación, no se apure, no es el único que sucumbe habitualmente a las compras de última hora junto a la caja. De hecho, estas adquisiciones suponen un considerable porcentaje del volumen total de ventas de las superficies comerciales.
La industria alimentaria sabe que nuestra relación con la comida a menudo responde a impulsos, a reacciones más automáticas que racionales. Y eso juega en nuestra contra a la hora de combatir el sobrepeso y la obesidad, según denuncian los expertos en salud pública.
Algunos cientificos van un paso más allá en este planteamiento y reclaman abiertamente una mayor protección del consumidor frente a las estrategias de mercado. Según su punto de vista, son necesarias medidas que limiten la capacidad del marketing para hacerse un hueco en las preferencias del consumidor ya que, aseguran, el usuario no siempre es consciente de su poder. La mayoría de la gente no reconoce que el emplazamiento de los productos repercuta de alguna manera en sus elecciones o en su comportamiento alimentario. Sin embargo, numerosos estudios han demostrado que la ubicación sí importa. Influye en nuestras decisiones de una manera que está fuera de nuestro control consciente y eso afecta a nuestras posibilidades de padecer enfermedades crónicas.
Estas estrategias de marketing deberían considerarse un factor de riesgo oculto ya que escapan a nuestra capacidad de raciocinio. Por eso, para proteger al consumidor, podría ser útil limitar los tipos de alimentos que se pueden colocarse al final de los pasillos o, directamente, ubicar determinados alimentos en lugares que requieran una búsqueda deliberada
Otros puntos de vista apoyan en el hecho de armar al ciudadano con herramientas para poder enfrentarse a las estrategias del mercado. Hay que educar, desde el colegio, para que la gente sepa qué calorías tienen los productos, qué poder nutricional tienen y cuándo tomarlos. Porque no hay alimentos malos. Si se lleva una vida activa y se sigue una dieta equilibrada, se puede comer de todo.
(condensado de El Mundo)
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