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lunes, 7 de mayo de 2012

FISIOPATOLOGIA DEL SISTEMA INMUNITARIO: INMUNODEFICIENCIAS. TRANSPLANTES.

Material de Apoyo de la Clase de la Materia Fisiopatologia desarrollada el Jueves 10 de mayo de 2012. Uninorte. Asuncion. Permitida su reproduccion con fines de estudio y guia.

 

1. GENERALIDADES

Grupo de trastornos diversos provocados por uno o más defectos del sistema inmunitario y caracterizados clínicamente por una mayor susceptibilidad a las infecciones con la consiguiente enfermedad grave, aguda, recurrente o crónica.
 
Una inmunodeficiencia debe considerarse en cualquier sujeto con infecciones inusualmente frecuentes, graves y resistentes; sin un intervalo asintomático; causadas por un microorganismo inusual, o con complicaciones inesperadas o graves. Debido a que las inmunodeficiencias son relativamente infrecuentes, deben también considerarse otros trastornos que provocan infecciones recurrentes. Si estos trastornos pueden excluirse, debe sospecharse un defecto en la defensa del huésped.


2. INMUNODEFICIENCIAS PRIMARIAS Y SECUNDARIAS

Las inmunodeficiencias pueden ser primarias o secundarias. La inmunodeficiencia primaria se clasifica en cuatro grupos principales dependiendo de qué componente del sistema inmunitario sea deficiente: las células B, las células T, las células fagocíticas o el complemento. 
 
Los defectos de células T comprenden varios trastornos con defectos asociados de la célula B (anticuerpos), lo que es comprensible debido a que las células T y B se originan de una célula primordial primitiva común y a que las células T influyen en la función de las células B. Las enfermedades fagocíticas comprenden trastornos en los que el defecto primario afecta al movimiento celular (quimiotaxis) y trastornos en los que el defecto primario está en la actividad microbicida.

En las inmunodeficiencias primarias predominan los defectos de célula B o de los anticuerpos; puede aparecer un déficit selectivo de IgA (habitualmente asintomático) en 1/4000 personas. Excluyendo el déficit de IgA asintomático, los defectos de célula B son responsables del 50% de las inmunodeficiencias primarias; los déficit de célula T de alrededor del 30%; los déficit fagocíticos del 18%, y los déficit del complemento del 2%. La incidencia global de inmunodeficiencia primaria sintomática se calcula en 1/10.000; en Estados Unidos se producen alrededor de 400 casos nuevos cada año. Dado que muchas inmunodeficiencias primarias son hereditarias o congénitas, aparecen inicialmente en lactantes y niños; alrededor del 80% de los afectados tienen menos de 20 años y, debido a la herencia ligada al X de muchos síndromes, el 70% aparece en varones.

La inmunodeficiencia secundaria es un deterioro del sistema inmunitario debido a una enfermedad en una persona previamente normal. La alteración a menudo es reversible si el trastorno o enfermedad subyacente se resuelve. Las inmunodeficiencias secundarias son mucho más frecuentes que las inmunodeficiencias primarias y aparecen en muchos pacientes hospitalizados. Casi todas las enfermedades graves prolongadas interfieren con el sistema inmunitario en algún grado. 


3. CAUSA

 La inmunodeficiencia no tiene una causa común, aunque a menudo está implicado un solo defecto genético. El defecto puede provocar la falta de una enzima (p. ej., un déficit de adenosina desaminasa), una proteína (p. ej., déficit de las proteínas de los componentes del complemento) o una detención del desarrollo en una fase diferencial específica (p. ej., detención en la célula pre-B en la agammaglobulinemia ligada al X). En muchas de las inmunodeficiencias primarias se han identificado las localizaciones cromosómicas de los genes defectuosos. En ciertas enfermedades puede haber causas intrauterinas (p. ej., alcoholismo materno en algunos casos de anomalía de DiGeorge); en otros puede estar implicada la ingestión de fármacos (p. ej., difenilhidantoína en el déficit de IgA). La anomalía biológica exacta en la mayor parte de las enfermedades se desconoce.


4. TRANSPLANTE

 La transferencia de células, tejidos u órganos vivos de un donante a un receptor con la intención de mantener la integridad funcional del material trasplantado en el receptor.

Desde que se realizó el primer trasplante renal con éxito hace más de 40 años, los trasplantes han sufrido una gran expansión para el tratamiento de los fracasos orgánicos terminales. Las tasas de supervivencia predichas han mejorado y ahora se trasplantan muchos órganos. Esta expansión se atribuye a nuevos inmunosupresores más selectivos; a la mejora en las medidas de detección de la inmunidad preexistente frente a donantes dados; a una mejor selección de los pacientes; a una intervención más temprana; a una mejor técnica quirúrgica; a una detección más precisa y temprana de los episodios de rechazo, y a un mejor conocimiento del rechazo.
 
Sin embargo, el trasplante es todavía algo limitado, principalmente por el rechazo que puede destruir el tejido rápidamente tras el trasplante, excepto en circunstancias especiales (p. ej., la mayoría de los injertos de córnea y cartílago y los trasplantes entre gemelos idénticos). El rechazo crónico y lento ha surgido también como un factor importante en la supervivencia a largo plazo y el estado funcional de los órganos trasplantados. Las limitaciones en la disponibilidad de órganos de donantes humanos también continúan siendo importantes.

Los trasplantes se clasifican por el lugar y relación genética entre el donante y el receptor. Un tejido u órgano ortotópico se transfiere a una zona receptora anatómica normal (p. ej., en un trasplante cardíaco). La transferencia a una zona anatómica anormal se denomina heterotópica (p. ej., trasplante de un riñón en la fosa ilíaca del receptor). Un autoinjerto es la transferencia del tejido propio desde un lugar a otro (p. ej., un injerto óseo para estabilizar una fractura). Un injerto singénico (isoinjerto) es un injerto entre gemelos idénticos; un aloinjerto (homoinjerto) es un injerto entre miembros genéticamente distintos de la misma especie. Los xenoinjertos (heteroinjertos) son trasplantes entre miembros de diferentes especies. Los xenoinjertos en general se limitan a material fijado no viable, por ejemplo, válvulas cardíacas porcinas. La mejora en la inmunosupresión puede permitir realizar injertos de órganos con éxito para ayudar a superar la escasez crítica actual de donantes.

Con raras excepciones, los trasplantes son aloinjertos de familiares vivos (en ocasiones individuos no emparentados) o de donantes cadáver. Los donantes vivos se utilizan sobre todo en el trasplante de riñón y de médula ósea, pero los familiares vivos de los receptores cada vez donan más segmentos de hígado, páncreas y pulmón. La aceptación del concepto de muerte cerebral ha aumentado el uso y demanda de órganos de cadáver, lo que ha hecho frecuente obtener muchos órganos de un solo donante. Sin embargo, la necesidad de órganos supera el número disponible de familiares de pacientes y el número de pacientes que esperan un trasplante de órganos continúa creciendo.


5.  QUE ES EL RECHAZO?

 Los aloinjertos pueden rechazarse por una respuesta celular o humoral del receptor frente a antígenos del trasplante (histocompatibilidad) presentes en las membranas de las células del donante. Los antígenos más potentes están regidos por un complejo de loci genéticos denominados antígenos del grupo leucocitario humano A (HLA, del inglés human leukocyte antigen); junto con los antígenos del grupo sanguíneo ABO, son los principales antígenos del trasplante detectados en los seres humanos. Debido a que los antígenos del trasplante pueden identificarse por sus efectos in vitro, es posible la tipificación tisular.
 
La reacción inmunitaria mediada por linfocitos (celular) frente a los antígenos del trasplante (es decir, la reacción del huésped contra el injerto [RHCI]) es el principal mecanismo del rechazo agudo. Mediante una reacción de hipersensibilidad retardada similar a la reacción de la tuberculina, la RHCI destruye el injerto días a meses después del trasplante y se caracteriza a nivel histológico por un infiltrado celular mononuclear en el aloinjerto, con grados variables de hemorragia y edema. Habitualmente, se mantiene la integridad vascular, aunque el endotelio arterial parece ser el objetivo básico de la RHCI. El rechazo celular puede revertirse en muchos casos intensificando el tratamiento inmunosupresor. Tras una reversión satisfactoria de un episodio de rechazo agudo, diversos elementos dañados del injerto curan mediante fibrosis y el resto del injerto parece normal. Tras la resolución del rechazo agudo, el injerto suele sobrevivir durante períodos prolongados, incluso aunque se reduzcan las dosis de fármacos inmunosupresores hasta niveles muy bajos. La explicación más probable de este proceso de adaptación del injerto es la pérdida de leucocitos pasajeros, altamente inmunogénicos, incluidas las células dendríticas (v. más adelante), y puede deberse al desarrollo de una supresión específica de la respuesta inmunitaria del receptor frente al donante.
En ocasiones se produce un deterioro tardío del injerto, que a menudo progresa de forma insidiosa a pesar de aumentar el tratamiento inmunosupresor. Se piensa que se debe en gran medida a una lesión mediada por anticuerpos. El cuadro anatomopatológico es diferente al del rechazo agudo. Se afecta sobre todo el endotelio arterial, con una proliferación extensa que puede ocluir de forma gradual la luz de los vasos, lo que da lugar a isquemia y fibrosis en el injerto.

El papel del anticuerpo humoral en el rechazo del injerto es evidente cuando el receptor ha sido sensibilizado previamente (por embarazos, transfusiones sanguíneas o trasplantes previos) al HLA del injerto. El trasplante en estas circunstancias conduce de forma casi invariable a un rechazo hiperagudo mediado por anticuerpo, que destruye el injerto en horas e incluso en minutos tras la revascularización (v. Compatibilidad tisular, más adelante). Esta reacción de rechazo se caracteriza por una trombosis de los vasos pequeños, y el infarto del injerto no responde a los tratamientos inmunosupresores conocidos. Los trasplantes hepáticos parecen ser menos susceptibles a este tipo de rechazo agudo mediado por anticuerpos. Probablemente también es importante la participación de los anticuerpos humorales en la destrucción más retardada del injerto, aunque todavía se desconoce.
 
Se suele producir un rechazo similar mediado por anticuerpos si se trasplanta un injerto desafiando las barreras de los grupos sanguíneos observadas normalmente en las transfusiones de sangre. Por tanto, la evaluación previa del trasplante generalmente comprende la verificación de la compatibilidad ABO entre el donante y el receptor y la existencia de un entrecruzamiento negativo para anticuerpos tisulares (ausencia de reactividad significativa entre los leucocitos del donante y el suero del receptor in vitro), así como tipificación tisular para la compatibilidad HLA.


6. SISTEMA HLA

 Un grupo de antígenos tisulares regidos por una región cromosómica que lleva varios loci genéticos, cada uno con múltiples alelos, que tienen relevancia en las reacciones de rechazo del trasplante y que marcan la prevalencia de varias enfermedades.
 
Los antígenos leucocitarios humanos (HLA) se encuentran en diferentes concentraciones en casi todas las células nucleadas. La respuesta inmunitaria a estos antígenos es la principal causa de la mayor parte de los episodios de rechazo del injerto.
 
HLA es la designación de los antígenos que son productos de un complejo de genes dispuestos en varios loci estrechamente relacionados y que en grupo se denominan complejo principal de histocompatibilidad (MHC, del inglés major histocompatibility complex), localizado en el cromosoma 6 
 
Los antígenos se dividen en dos clases en función de su estructura y función. Las moléculas de la clase I se encuentran en la mayoría de las células nucleadas del cuerpo, así como en las plaquetas, y son homólogas a los antígenos de trasplante serológicos detectados en otras especies. Los antígenos de la clase II se expresan de forma preferente en las células presentadoras de antígenos como los linfocitos B, los macrófagos, las células dendríticas y algunas células endoteliales. Son homólogos a los productos de los genes de respuesta inmunitaria (IR) de otras especies.
 
En la reacción de rechazo, los antígenos de clase I y clase II desencadenan respuestas diferentes. Las células T que responden a las clases I y II pueden distinguirse no sólo a nivel funcional, sino por los antígenos de diferenciación presentes en la superficie de las células T respondedoras. Con el desarrollo de los anticuerpos monoclonales (anticuerpos uniformemente idénticos producidos por células híbridas) reactivos frente a estos antígenos de diferenciación, tales antígenos pueden utilizarse para diferenciar las subpoblaciones de células T presentes en la reacción de rechazo.
 
Los linfocitos reactivos frente a la clase I expresan antígenos CD8 a menudo asociados con un efecto citotóxico y una función celular supresora. La función cooperadora celular suele venir dada por las células T que expresan el antígeno CD4 que caracteriza a los linfocitos reactivos frente a la clase II. De este modo, aunque la mayor parte de la destrucción inmunitaria de la reacción de rechazo puede estar dirigida a los antígenos de la clase I a través de anticuerpos anti-HLA y linfocitos efectores citotóxicos, parece que son necesarios linfocitos que responden a los antígenos de clase II para facilitar una reacción de rechazo máxima.
 

7. COMPATIBILIDAD

El grado de similitud de los antígenos tisulares del donante y del receptor tiene una determinación genética.
 
La tipificación de la histocompatibilidad (o tisular) de los linfocitos de la sangre periférica o de los ganglios linfáticos se realiza en muchos centros antes del trasplante para identificar el HLA por medios serológicos y, por medio de una selección adecuada del donante, minimizar las diferencias antigénicas entre el donante y el receptor. El emparejamiento del HLA ha mejorado de forma significativa la supervivencia funcional de los trasplantes entre individuos emparentados. Los resultados entre individuos no emparentados también muestra una correlación con el grado de compatibilidad del HLA, aunque de forma mucho menos clara, ya que las diferencias en el complejo de histocompatibilidad en una población mezclada introducen muchas más variables.
 
En grandes estudios multicéntricos de trasplante de riñón, el grado de compatibilidad del HLA es uno de los muchos factores que se correlacionan con la supervivencia de los injertos de cadáver, especialmente cuando la supervivencia se evalúa mucho tiempo después del trasplante.
 
En cambio, en varias series de centros individuales, el papel de la compatibilidad del HLA no es importante. Por ello, lo que suele hacerse en Estados Unidos es compartir riñones de cadáver por todo el país sólo si hay un emparejamiento completo del HLA con un posible donante. Si no es así, los órganos se trasplantan en un receptor en la región local del donante. El papel del emparejamiento del HLA en los trasplantes de corazón, hígado, páncreas y pulmón no se ha evaluado de forma tan extensa porque estos órganos deben trasplantarse con rapidez, antes de que pueda completarse la tipificación tisular. En el trasplante de corazón y páncreas, la supervivencia del injerto parece correlacionarse con la compatibilidad HLA. En particular, el emparejamiento del antígeno de clase II puede conducir a una mejor supervivencia del injerto a largo plazo.
La detección de una presensibilización específica del posible receptor frente a los antígenos del donante es muy importante para determinar si debe realizarse el trasplante. La presensibilización se debe con mayor frecuencia a una exposición previa a antígenos del donante a través de transfusiones sanguíneas, trasplantes previos o embarazos; se evalúa mediante una prueba linfocitotóxica entre el suero del receptor y los linfocitos del donante en presencia de complemento. También se dispone de otras técnicas. Un entrecruzamiento positivo suele indicar anticuerpos en el suero del receptor dirigidos contra los antígenos de la clase I del donante. Esto generalmente se considera una contraindicación para el trasplante porque el rechazo hiperagudo es frecuente.
 
El riesgo/beneficio de las transfusiones sanguíneas en pacientes en diálisis que necesitan un trasplante renal es controvertido. Las transfusiones a pacientes con insuficiencia renal terminal pueden sensibilizarles a un posible trasplante renal. Sin embargo, la supervivencia del aloinjerto mejora en los receptores que reciben transfusiones y no se sensibilizan. Parece que las transfusiones podrían inducir alguna forma alterada (p. ej., supresión) de respuesta inmunitaria. Con el uso de la ciclosporina, el efecto beneficioso de las transfusiones previas al trasplante parece haberse reducido mucho. Debido al riesgo de transmisión de enfermedades infecciosas y a la disponibilidad de eritropoyetina biosintética, muchos centros no insisten de forma habitual en la transfusión previa al trasplante de los receptores de órganos.





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