1. QUE ES EL SIDA?
El sida es una enfermedad infecciosa producida por
un virus, denominado VIH (Virus de la Inmunodeficiencia
Humana) que pertenece a la familia de los retrovirus,
un grupo caracterizado por su pequeño tamaño
y por poseer únicamente ARN en su material genético.
El virus fue descubierto y descrito en profundidad
años después de que se describiesen los
primeros casos de esta enfermedad. Y es precisamente
esta novedad una de las características que mejor
identifican al sida. Efectivamente, los primeros casos
se describieron entre la comunidad homosexual de
San Francisco (Estados Unidos) a principios de los
años 80 cuando se observaron varios casos de
pacientes aquejados de un tipo de neumonía muy
rara hasta esos momentos.
La enfermedad que desarrollaban estos sujetos era típica
de pacientes inmunodeprimidos, es decir con sus
defensas muy bajas, algo que hasta entonces sólo
se veía en pacientes con cáncer y otras
patologías muy graves. ¿Por qué
entonces había una verdadera epidemia entre jóvenes
homosexuales aparentemente sanos?
Comenzó en aquel momento una búsqueda
desenfrenada por identificar al causante de este
destrozo en los sistemas de defensa contra las infecciones
de estos pacientes. Sin entrar por el momento en mucho
detalle sobre esta búsqueda, acabó identificándose
a un virus como el responsable del cuadro.
Este microorganismo, denominado desde entonces VIH
(Virus de la Inmunodeficiencia Humana) era un agente
nuevo que parecía haber surgido en las selvas
del África tropical. Los científicos
descubrieron que, en realidad, se trataba de un virus
típico de algunas especies de monos, a los que
no les producía la muerte, pero que se había
adaptado a sobrevivir dentro de los seres humanos en
los que sí desencadenaba una enfermedad mortal
que se denominó Síndrome de Inmunodeficiencia
Adquirida (SIDA).
Lo que este nombre indica es que la enfermedad produce
una alteración en el sistema inmune del paciente,
un proceso que se adquiere a través de una infección,
lo que lo diferencia de otras inmunodeficiencias conocidas
hasta entonces y que son de origen congénito,
es decir, que se heredan y trasmiten de padres a hijos.
Actualmente
conocemos casi todo sobre el VIH, que ha pasado de ser
un gran desconocido a convertirse en una estrella de
la investigación mundial. Éste es quizás
uno de los ejemplos paradigmáticos del potencial
científico del ser humano. Con los recursos económicos
adecuados -se han destinado miles de millones de
euros a la investigación en este campo -,
en menos de dos décadas se ha logrado describir
una nueva enfermedad y saberlo casi todo de ella.
Quizás el hecho de que afecte generalmente
a gente joven (dado que se transmite habitualmente por
vía sexual), y a grandes celebridades del mundo
del espectáculo y de las artes en sus primeras
épocas, hizo que el esfuerzo realizado en investigación
se viese facilitado en sus inicios por la presión
de grupos muy influyentes en los países civilizados,
como las comunidades de homosexuales, artistas e
intelectuales. Esta presión de la opinión
pública ha sido clave para la inversión
de recursos económicos y la consecución
de espectaculares avances en el conocimiento y manejo
de esta enfermedad.
Sin embargo, el panorama es muy distinto en los países
menos desarrollados como los de África, Asia
o América Latina. El sida es en estas zonas
del globo una verdadera amenaza para las generaciones
futuras y se comporta como una epidemia similar a las
sufridas por Europa a mediados del pasado milenio en
forma de peste negra. La incorporación de los
sofisticados tratamientos de que disponen los países
avanzados a entornos más pobres no ha sido posible
por el momento debido a motivos económicos y
logísticos. Tampoco la prevención, fundamental
para detener la epidemia, se ve favorecida por muchos
patrones de comportamiento sexual que en estos países
son muy difíciles de controlar.
2. COMO SE CONTAGIA?
El virus del sida está presente en fluidos del paciente además
de la sangre, tales como la saliva, el semen o las secreciones. Sólo cuando
la concentración del virus es suficientemente elevada, como ocurre a veces
con el semen o las secreciones vaginales, se produce la infección.
El
problema del virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) es que raramente avisa
cuando nos infecta. Esto quiere decir, ni más ni menos, que podemos ser
contagiados sin percibir ningún síntoma que nos avise o, como
mucho, sufrir un cuadro gripal, a veces leve como tantos otros que padecemos a
lo largo del invierno. A partir de ahí, sin saberlo, estamos infectados
con el virus del sida y podemos tardar meses o años en enterarnos.
El contagio del VIH se produce cuando el virus, presente en las secreciones corporales
como el semen o las secreciones vaginales y en la sangre del paciente
infectado, entra en nuestro torrente sanguíneo.
Es decir, el virus
tiene que llegar a ponerse en contacto con nuestra sangre y circular por ella
para poder infectarnos. En su forma de transmisión, el VIH es idéntico
al virus de la hepatitis B y se comporta en la mayoría de los casos como
una enfermedad de transmisión fundamentalmente sexual.
Las formas de
contagio pueden resumirse en las siguientes:
- Contacto directo sangre-sangre
Es el caso de las transfusiones sanguíneas de
pacientes infectados a sujetos sanos. Este tipo de contagio
se produjo en la década de los 80 cuando todavía
no se conocía bien la enfermedad y menos aún
éramos capaces de detectar el virus en la sangre
de los donantes. En la actualidad, toda la sangre que
se usa en transfusiones y otros productos derivados
como plaquetas, plasma o leucocitos, son analizados
sistemáticamente y es imposible que transmitan
la infección por VIH.
Esta vía sanguínea es la que también
contagia el virus en el caso de los sujetos adictos
a drogas por vía intravenosa. Es decir, aquellos
que comparten jeringuillas para administrarse
las drogas (fundamentalmente heroína y derivados).
En la actualidad, este modo de contagio ha disminuido
mucho gracias a las campañas de administración
gratuita de jeringuillas y a las modas, que también
influyen sobre los hábitos de consumo de estupefacientes.
En la actualidad, la cocaína (inhalada o fumada),
las drogas de diseño e incluso los derivados
de la heroína (fumados en forma de 'chinos'),
han dejado obsoleta la imagen del heroinómano
enganchado a una jeringuilla.
- Contacto de fluidos corporales-sangre
Como dijimos, el virus del sida está presente en fluidos del
paciente además de la sangre, tales como la saliva, el semen o las secreciones.
Sólo cuando la concentración del virus es suficientemente elevada,
como ocurre a veces con el semen o las secreciones vaginales, se produce la infección.
Este contacto se produce fundamentalmente durante las relaciones sexuales
en las que tanto el semen como las secreciones vaginales o la saliva pueden acceder
a nuestra circulación sanguínea. Este contacto tiene lugar a través
de pequeñas erosiones o heridas, incluso las que son diminutas y no apreciables
a simple vista, que podamos tener en nuestros órganos sexuales -pene, vagina,
región anal y rectal o bien en la boca-.
Por lo tanto, durante las
relaciones sexuales con un sujeto infectado por el VIH, la existencia de heridas
en la boca, la vagina, el pene o la zona anal y el recto pueden ser la puerta
de entrada del virus. El preservativo o condón se ha convertido por
el momento en la mejor arma para prevenir este tipo de transmisión.
El
contagio por vía sexual es en estos momentos la primera causa de transmisión
tanto en los países desarrollados como en el Tercer Mundo, donde la enfermedad
ha adquirido tintes de epidemia apocalíptica.
En la actualidad,
la vía rectal entre homosexuales ya no es la causa principal de contagio
como ocurría en los años 80. Actualmente, el mayor número
de casos se da por contacto heterosexual por vía vaginal. La consecuencia
está clara, todos somos población de riesgo, sobre todo si,
como hemos dicho, un sujeto puede estar infectado y no saberlo durante largo tiempo.
En este período se convierte en una importante fuente de transmisión
si, por ignorancia, no toma precauciones.
- Contacto madre-hijo
También denominada transmisión vertical,
porque se produce durante el embarazo o gestación.
Durante este período, la sangre de la madre infectada
puede llegar a contactar con la del feto y transmitir
el virus. Sin embargo, en general, la placenta actúa
como un filtro eficaz y la mayoría de los
contagios de este tipo se producen justo en el momento
del parto. Es precisamente durante la fase expulsiva
del mismo, es decir, cuando el recién nacido
sale al exterior, en el momento en que existe un mayor
riesgo de contacto de líquidos corporales, incluida
la sangre, entre madre e hijo.
En la actualidad, el tratamiento materno durante los
meses previos al parto disminuye muchísimo el
riesgo de contagio al recién nacido. Sin embargo,
en países pobres, donde no existen fármacos
a disposición de la población, esta vía
de contagio es muy importante y provoca gran mortalidad
infantil.
3. ANTE LA SOSPECHA DE UNA INFECCION, QUE SE DEBE HACER?
La respuesta es fácil: debe evitar la angustia
de la incertidumbre y hacerse un sencillo análisis
que confirmará o descartará la
infección. El análisis empleado en la
detección sistemática o 'screening' del
sida está a su alcance a través de su
médico de cabecera y los resultados no tardarán
demasiado tiempo en estar a su disposición.
En la actualidad, este análisis se realiza
con una muestra de sangre del paciente. De ella se extrae
el suero (por eso el análisis se llama serología),
un líquido amarillento y denso que contiene todos
las proteínas que circulan en la sangre.
La serología del sida no hace más que
buscar la presencia de anticuerpos específicos
contra el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH)
en la sangre del sujeto. Cuando el resultado del primer
análisis que se realiza en la consulta es positivo,
se recurre siempre a un segundo análisis de
confirmación del resultado. Es algo similar al
contra-análisis que se realiza a los deportistas
en caso de 'doping'.
Este segundo test es más sensible y sofisticado
que el primero y su positividad hace definitivo el diagnóstico
de infección por el VIH. Una vez que se recibe
este resultado es aconsejable que el paciente se ponga
en contacto con un especialista para planificar los
pasos a seguir a partir de ese momento.
A pesar de que el tratamiento y seguimiento de la
infección VIH es todavía muy caro y sofisticado,
nuestro sistema de salud garantiza un manejo acorde
con las evidencias científicas más avanzadas
de forma gratuita. Por eso, si es usted seropositivo
no dude en contactar rápidamente con su médico.
Los beneficios de un buen manejo de la enfermedad, incluso
desde sus fases más tempranas, son incuestionables
y está demostrado que el abandono y la táctica
del avestruz, que intenta no asumir la realidad, conducen
invariablemente a la muerte.
4. SI SE TIENE SIDA... QUE SUCEDE?
El VIH o virus del sida se caracteriza por su lenta
progresión. Esto quiere decir que actúa
tremendamente despacio hasta conseguir ponernos enfermos.
Cuando nos contagiamos por primera vez, se produce
un cuadro clínico muy poco específico,
parecido a una gripe común. Podemos sufrir fiebre,
malestar general, dolores musculares y en general unos
síntomas muy similares a los del popular 'trancazo',
que desaparece espontáneamente en unos días.
Pero el mal ya esta hecho, el virus ha penetrado en
nuestro organismo e irá minando poco a poco nuestro
sistema de defensas contra las infecciones. Este ataque
del VIH se produce a lo largo de meses, o incluso años,
y durante este período somos capaces de llevar
una vida totalmente normal sin notar ningún síntoma.
Sin embargo, llega un momento en que nuestras defensas
han disminuido tanto que empezamos a no ser capaces
de enfrentarnos a infecciones u otros procesos,
que serían poco importantes para sujetos sanos.
El tiempo que tarda el virus en conseguir que nos pongamos
enfermos es muy variable, y puede oscilar desde los
pocos meses hasta años, aunque la media está
en torno a los tres o cuatro años.
A partir de ese momento, las patologías que
el paciente desarrolla van en función del grado
de deterioro de sus defensas. Inicialmente, aparecen
lesiones cutáneas como dermatitis seborreica,
inapetencia, pérdida de peso o diarrea. Incluso
algunas infecciones que puedan estar dormidas o controladas
por las defensas del paciente pueden reaparecer. Es
el caso de la tuberculosis, una de las primeras
infecciones que desarrollan muchos pacientes.
Si la enfermedad avanza porque el paciente no recibe
tratamiento contra el virus, empiezan a aparecer
las primeras infecciones: neumonías por agentes
poco frecuentes, gastrointestinales que producen diarrea
crónica y mayor pérdida de peso y, en
general, un comportamiento mucho más agresivo
de las infecciones más habituales entre la población
general.
Si disminuyen aún más las defensas del
sujeto (algo que puede medirse contando el número
de leucocitos de defensa o leucocitos CD4 en la sangre
del paciente), los problemas infecciosos se hacen cada
vez más difíciles de controlar y el paciente
comienza a padecer más de una infección
a la vez.
La muerte llega por una de estas infecciones o por
la aparición de tumores, como el sarcoma
de Kaposi o los linfomas, que también aparecen
con mayor frecuencia en los sujetos que padecen sida.
Otras veces, el cuadro que conduce a la muerte es una
desnutrición extrema con pérdida de peso
muy severa producida por la concurrencia de varias infecciones
a la vez o por las del tubo digestivo, que producen
diarreas severísimas imposibles de tratar.
En estos momentos
el sida puede controlarse con fármacos que han cambiado totalmente el curso
de la enfermedad. Un sujeto infectado que recibe un tratamiento correcto es capaz
de mantener sus defensas suficientemente sanas como para no presentar ninguno
de los problemas e infecciones que acabamos de describir.
Otra cosa es
que con los nuevos fármacos, los pacientes viven más y llegan
a desarrollar otras enfermedades que no existían cuando morían por
infecciones incontrolables.
5. SEROPOSITIVO O PORTADOR DEL HIV Y ENFERMO DE SIDA: CUAL ES LA DIFERENCIA?
Las diferencias entre estos dos conceptos son grandes
o pequeñas en función del enfoque que
se haga en cada caso.
Como hemos dicho anteriormente, el sida es una enfermedad
infecciosa producida cuando el Virus de la Inmunodeficiencia
Humana penetra al interior del organismo humano. Este
patógeno circula por el torrente sanguíneo
y se distribuye por todo el cuerpo, sobre todo en zonas
como los ganglios linfáticos, donde viven los
leucocitos o células defensivas del cuerpo.
Cuando el virus entra en el organismo, nuestro sistema
de defensas producen anticuerpos que atacan al virus,
aunque sin éxito. Este tipo de anticuerpos que
producimos contra el VIH son proteínas totalmente
específicas es decir, sólo aparecen
cuando en nuestra sangre existen virus de este tipo.
Los actuales métodos de laboratorio son capaces
de medir la existencia de estos anticuerpos en la sangre
de un paciente. El sistema por el que se hace este análisis
fue desarrollado cuando se realizaron las primeras investigaciones
sobre el sida (a finales de los años 80) y desde
entonces disponemos de un método de laboratorio
relativamente barato, sencillo y fiable para medir
los anticuerpos anti-VIH en la sangre de cualquier sujeto.
Las personas cuya sangre nunca ha estado en contacto
con el VIH no muestran estos anticuerpos en la sangre,
es decir son seronegativos. Sin embargo, en el
suero (una parte de la sangre que contiene las proteínas
circulantes) de todos los infectados por el VIH sí
es posible identificar estos anticuerpos.
Cuando el análisis del suero de un sujeto muestra
la existencia de anticuerpos específicos contra
el VIH se dice que esa persona es seropositiva.
Esto quiere decir ni más ni menos que el individuo
en cuestión ha estado en contacto con el virus
del sida y, por tanto, está infectado.
En la actualidad cuando se quiere saber si alguien
está o no infectado por el VIH se recurre a este
tipo de análisis en busca de los anticuerpos
específicos contra dicho virus.
Ahora bien, como hemos dicho antes, el VIH es un virus
de acción lenta y convive con nosotros durante
un largo período de meses o años sin
producir ningún síntoma. Durante todo
este tiempo la única manera de saber si una persona
está o no infectada es precisamente su seropositividad,
es decir el resultado de este análisis.
Con el tiempo, todos estos pacientes seropositivos,
si no reciben tratamiento, terminarán desarrollando
síntomas que acabarán inexorablemente
en la muerte. Cuando un sujeto infectado por el VIH
presenta infecciones u otros problemas relacionados
con el virus, se dice que tiene sida.
Por lo tanto, todos los pacientes con sida son seropositivos
y todos los sujetos seropositivos, si no reciben tratamiento
contra el VIH, acabarán desarrollando el sida.
Existe sin embargo un pequeñísimo grupo
de sujetos que son seropositivos durante larguísimos
períodos de tiempo (más de 10 años)
sin llegar a desarrollar el sida; sin embargo,
estos casos son tan raros que no conviene incluirlos
en lo que es el comportamiento habitual de la infección
por VIH.
6. PUEDE CURARSE EL SIDA?
Depende un poco de a qué llamamos curar.
Si quiere decir acabar con la enfermedad y no tener
que volvernos a preocupar más por ella, puede
decirse que el sida no se cura por el momento.
Una vez que hemos sido infectados, no existe ningún
tipo de tratamiento que consiga eliminarlo de nuestro
cuerpo o aniquilarlo por completo. Por tanto, los pacientes
infectados deberán estar siempre pendientes
de la enfermedad y sometidos a algún tipo
de control o tratamiento.
Aunque pueda parecer descorazonador, el sida se está
convirtiendo cada vez más en una enfermedad
crónica, como la diabetes o la insuficiencia
renal. En el fondo, es una buenísima noticia:
hasta hace bien poco tener el sida era prácticamente
una condena de muerte segura a la que sólo le
faltaba la fecha de ejecución. La muerte llegaba
antes o después en función, entre otras
cosas, de la suerte a la hora de contraer infecciones
y de la rapidez con que nuestras defensas fueran aniquiladas
por el VIH.
Sin embargo, la espectacular inversión en
investigación que se viene realizado desde
hace más de una década, ha conseguido
desarrollar fármacos eficaces contra la enfermedad
a una velocidad desconocida hasta ahora en otras patologías.
En estos momentos, existe todo un arsenal de fármacos
a disposición de los especialistas para combatir
al virus. Aunque ninguno de ellos, por sí solo
o combinado, es capaz de destruir al virus. Eso sí,
consiguen frenar dramáticamente su multiplicación
y, por tanto, su capacidad de hacernos daño.
Este control sobre las posibilidades de reproducción
del VIH dentro del organismo consigue que nuestro sistema
de defensas sobreviva durante mucho tiempo al ataque
del virus. De esta forma, el paciente infectado no desarrolla
todos los problemas de infecciones que antes conducían
a la muerte.
Aunque
cada vez son menos graves, muchos de estos fármacos
tienen efectos secundarios o tóxicos que dificultan
su manejo. Por tanto, los pacientes infectados necesitan
ser controlados periódicamente y, en ocasiones,
es preciso cambiar la combinación de fármacos
de un paciente, por otra que tolere mejor, incluso aunque
sea menos eficaz.
El otro problema, quizás aún más
importante, del tratamiento contra el sida es la resistencia
del virus. El VIH es tremendamente inteligente y se
adapta a velocidades increíbles al entorno,
gracias a su capacidad capacidad para mutar.
Cuando el virus se ve atacado bien por el medio ambiente
-en este caso el organismo del propio enfermo dentro
del cuál vive- o bien por un fármaco,
es capaz de modificar sus propiedades biológicas
para luchar contra las agresiones. Y esto se produce
a través de mutaciones, es decir, cambios en
sus genes que le proporcionan nuevos rasgos o propiedades
que le permiten sobrevivir a las agresiones. A efectos
prácticos, es como si el virus fuese capaz de
ir fabricando corazas y blindajes cada vez más
eficaces contra los ataques del exterior.
Pues bien, en esto de mutar, el VIH es un auténtico
fenómeno. Su capacidad de mutación es
muy superior a la del virus de la gripe, por ejemplo,
que cambia casi cada año y que obliga a preparar
nuevas vacunas cada vez que llega una nueva temporada
invernal.
Esta capacidad de mutación del VIH permite
que el virus pueda volverse rápidamente resistente
a los medicamentos que usamos para atacarle. Su gran
velocidad de adaptación obliga a los médicos
a combinar varios fármacos a la vez y
a estar muy atentos a la respuesta al tratamiento.
Por eso, el paciente que está recibiendo terapia
contra el sida (antiretroviral) debe acudir periódicamente
a la consulta de su médico. En cada visita se
comprueba que el paciente tolera bien las medicinas
y la eficacia de éstas. Se evalúa que
la reproducción del virus está controlada
y que las defensas del sujeto no han disminuido.
En resumen, aunque el sida no puede por ahora curarse,
sí existen tratamientos que controlan eficazmente
la progresión de la enfermedad. Los problemas
actuales de un paciente que recibe tratamiento son la
necesidad de acudir a controles médicos periódicos,
como muchos otros pacientes crónicos, así
como el peligro de desarrollar efectos tóxicos
provocados por los fármacos o resistencias
del virus.
El sida no es ya una enfermedad mortal por definición
y se está convirtiendo a gran velocidad en un
trastorno crónico. Sólo el futuro, esperemos
que cercano, revelará si existe posibilidad de
curarlo o incluso de eliminar su transmisión
por medio de vacunas.
7. SE PUEDE DEJAR EL TRATAMIENTO?
Como hemos contestado en la pregunta anterior, la evolución de esta
enfermedad es radicalmente distinta si se sigue una
terapia o se opta por no tomar fármacos.
Hay que recordar que hasta hace tan sólo 15
años, no existía posibilidad de modificar
el curso mortal de la enfermedad. Con la aparición
de los primeros medicamentos antiretrovirales (el VIH
es un virus de la familia de los retrovirus, de ahí
este nombre) se vislumbró con esperanza la posibilidad
de frenar el número incesante de muertos por
sida, algunos de ellos celebridades de la época
como Rock Hudson o Freddie Mercury el solista del grupo
de rock Queen cuyo vigesimo aniversario de fallecimiento recordamos el sabado pasado..
Sin embargo, en aquella época (finales de los
80), esta primera generación de medicamentos
como el AZT o retrovir tenían gran toxicidad
y obligaban a los pacientes a tomarlos con horarios
muy estrictos, muchas veces al día y con
pautas muy rígidas respecto a las comidas.
Había fármacos que debían tomarse
con el estómago vacío, otros con el
estómago lleno y algunos otros que obligaban
a beber grandes cantidades de agua. A estos inconvenientes
había que sumar el hecho de que, en general,
debían ser tomados entre tres o cuatro veces
al día y en grandes cantidades.
La situación más habitual de un paciente
tratado hasta hace pocos años era la de tener
que tomar entre 10 y más de 20 pastillas al
día algo que dificultaba enormemente llevar
una vida medianamente normal, sobre todo si añadimos
la necesidad de combinar estas tomas con las distintas
necesidades de ayuno o comida de cada fármaco
e incluso algunos de ellos refrigerados. Se hacía
casi imposible bajo aquellos regímenes draconianos,
llevar una vida normal.
El tiempo que se dedicaba a decidir con el paciente
si comenzaba o no tratamiento contra el virus era motivo
de varias consultas. Tampoco era nada raro el que, con
la aparición de los primeros efectos tóxicos
(frecuentes por otra parte), el paciente decidiera abandonar
la medicación y no volver a la consulta.
Por supuesto, el primer problema infeccioso relacionado
con el sida que sufría ese paciente hacía
que volviera de nuevo a su médico, esta vez con
más posibilidades de adaptarse al tratamiento
aunque con menores opciones de beneficiarse de él
por estar en fases más avanzadas de la enfermedad.
Afortunadamente, éste ya no es el caso. En los
últimos años hemos asistido a una mejora
espectacular del tratamiento del sida. Disponemos cada
día de un número mayor de medicamentos
eficaces, con lo que cada vez es más fácil
conseguir que el virus no se haga resistente.
También son cada vez mejor tolerados, conocemos
al detalle sus efectos tóxicos y la vigilancia
para evitarlos es más detallada. Pero, para el
paciente, son todavía más importantes
las mejoras conseguidas en la presentación farmacológica
de los nuevos y de los antiguos medicamentos. Las formulaciones
actuales permiten tomar la mayor parte de estos tratamientos
en dos tomas, o incluso una sola vez al día,
lo que realmente permite que los pacientes lleven una
vida normal.
Sin embargo, no todo son buenas noticias. Algunos medicamentos
contra el sida consiguen salvarnos la vida pero nos
crean problemas que, indudablemente, la condicionan.
Por ejemplo, muchos de estos fármacos producen
subidas importantes del colesterol y los triglicéridos
en la sangre. Como es sabido, estos niveles elevados
de grasa en la sangre aumentan claramente el riesgo
de sufrir arterioesclerosis y otras enfermedades
cardiovasculares como el infarto de miocardio o
la trombosis cerebral. Ahora, cuando algunos pacientes
con sida llevan hasta 10 años de tratamiento
y están entrando en la cincuentena, nos es raro
que sufran alguno de estos problemas cardiovasculares;
y eso es sólo la punta del iceberg.
Los inhibidores de la proteasa, un grupo de medicamentos
contra el sida espectacularmente eficaces, se asocian
a problemas de distribución de la grasa corporal.
Producen un trastorno conocido como lipodistrofia
que elimina la grasa que poseemos normalmente en muchas
partes del cuerpo. Los miembros se deforman y adquieren
el aspecto de pertenecer a deportistas de elite, algo
muy desagradable para muchas mujeres; también
la cara se afila y pierde su aspecto natural. Aunque
el problema es más estético que verdaderamente
médico en comparación con lo que supone
el sida, para los pacientes llega a ser tan preocupante
como para tener que recurrir a procedimientos de cirugía
estética.
Respecto a qué ocurre si no se sigue ningún
tratamiento contra la enfermedad, la cosa está
clara: el sida, aunque lentamente, mata irremediablemente al paciente en meses o años. La recomendación
es por tanto obvia: hay que someterse a tratamiento
aunque esto suponga el requerir controles médicos
periódicos o la posibilidad de sufrir efectos
tóxicos como consecuencia de los medicamentos.
8. QUIENES TIENEN MAYOR RIESGO DE INFECTARSE?
La respuesta a esta pregunta es muy fácil:
todos. Tan sólo se trata de diferencias en las
probabilidades de contraer esta terrible enfermedad.
La transmisión del sida está generalmente
asociada a una serie de comportamientos de riesgo que
se pueden evitar o al menos reducir.
Indudablemente, un hijo nacido de una madre infectada
tiene riesgo de contraer el sida durante el embarazo
y sobre todo durante el parto. Como se dijo antes, existen
tratamientos para la madre que reducen enormemente la
posibilidad de este contagio. Posteriormente, si el
niño nace sin la infección, la madre deberá
tomar con él las mismas precauciones que con
el resto de su familia si exceptuamos el que no podrá
amamantarle (el virus también se elimina
por la leche materna) y deberá ser algo más
cuidadosa dado el contacto íntimo madre-hijo
durante los primeros años de vida.
Como el sida es una enfermedad de transmisión
fundamentalmente sexual, muy parecida en este sentido
a la sífilis o a la gonococia, cualquier individuo
activo sexualmente tiene riesgo de contraer la enfermedad.
Existen unas prácticas sexuales con mayor riesgo
de producir la infección y aquí es donde
en estos momentos se sitúan nuestras mayores
posibilidades de evitar o prevenir el contagio.
Sin embargo, el contacto sexual que podemos considerar
más frecuente, el heterosexual por vía
vaginal, es perfectamente capaz de propagar el virus
si uno de los participantes está infectado. En
esta situación tiene estadísticamente
más riesgo de contagiarse la mujer con un hombre
infectado que el varón de una mujer enferma.
Sólo el preservativo o condón es capaz
de evitar eficazmente el contagio siempre que no se
rompa durante la actividad sexual.
También a través del sexo oral es
posible contraer la enfermedad. Recordemos que el virus
está presente en el semen y secreciones vaginales
de los pacientes y que la existencia de pequeñas
erosiones en la boca o labios permitirían la
entrada del virus al torrente sanguíneo del sujeto
sano. La eliminación del virus por la saliva
es más escasa y, por tanto, la posibilidad de
transmisión a través del beso es prácticamente
nula.
La penetración anal, tanto de hombre
a hombre como de hombre a mujer, tiene más riesgos
que la vaginal. La posibilidad de que se produzcan erosiones
o pequeñas heridas en la piel o mucosas es mayor
durante este tipo de penetraciones. También el
preservativo evita este tipo de contagio, si bien es
necesario recurrir a formatos más resistentes
para evitar su rotura durante este tipo de actividad.
El contacto directo entre la sangre de un enfermo y
una persona sana es otra vía de contagio. En
el ambiente hospitalario esta posibilidad es prácticamente
nula dados los estrictos controles existentes en la
actualidad, la esterilización de todos los materiales
y el análisis sistemático de todas las
trasfusiones.
Sin embargo, en el entorno doméstico sí
es necesario tomar una serie de precauciones. Un cepillo
de dientes compartido o una cuchilla de afeitar reutilizada
pueden ser portadores de restos de sangre del enfermo
que entre en contacto con la nuestra mediante un corte
al afeitarnos o una herida en las encías.
A pesar del miedo razonable ante la posibilidad de
contagio, hay que huir de comportamientos obsesivos.
El contagio es difícil si tomamos precauciones
razonables como no embarcarnos en relaciones sexuales
esporádicas sin utilizar preservativo y mantener
unas normas básicas de utensilios no compartidos
en el hogar. Todas estas pautas de prevención
serán desarrolladas con más detalles en
próximos especiales.
9. PUEDE SER CONTAGIOSO PARA LOS HIJOS?
La posibilidad de que un niño nacido de padres
infectados por el VIH adquiera la enfermedad es indudablemente
real.
El contacto sexual entre un varón infectado
y una mujer sana puede contagiar la enfermedad a la
madre del futuro niño. Por el contrario, la mujer
infectada puede trasmitir la enfermedad al padre sano
y, por supuesto, al hijo que nazca de la relación
entre ambos.
Sólo el preservativo puede evitar el contagio
de la pareja sana pero claro, con preservativo es imposible
la fecundación de un nuevo ser. En la actualidad
están disponibles técnicas de lavado
de semen que consiguen eliminar con gran eficacia
los virus que puedan estar presentes en este líquido
corporal. Cuando la madre no está infectada,
esta técnica de lavado del semen seguida de un
procedimiento de inseminación artificial puede
conseguir hijos sanos y al mismo tiempo evitar el contagio
de la madre.
Aunque la garantía, como casi todo en medicina,
no alcanza el 100% de los casos, esta técnica
combinada ha permitido a muchos pacientes ser padres
sin jugar a la ruleta rusa que supone la relación
sexual sin protección con fines reproductivos.
Cuando la madre es la infectada y el padre está
sano, también hay que recurrir a la inseminación
para evitar el contagio del padre. Sin embargo, este
planteamiento no es suficiente para evitar el contagio
del niño.
Como ya hemos dicho, la madre es capaz de contagiar
al feto durante el embarazo cuando falla la función
de filtro que ejerce la placenta. Este riesgo de
contagio se hace máximo durante el momento del
parto en el que aumentan las posibilidades de que la
sangre o las secreciones de la madre infectada lleguen
al torrente sanguíneo del recién nacido.
En la actualidad, existen pautas de tratamiento con
fármacos que la madre puede seguir durante
el embarazo y justo antes del parto. Estos medicamentos
antiretrovirales, adecuadamente combinados y dosificados,
son capaces de reducir drásticamente las posibilidades
de infección del niño. Aunque los resultados
no están tampoco garantizados, el riesgo es pequeño.
Existe además la probabilidad de que el recién
nacido sea capaz de eliminar el virus en los primeros
meses de vida sin llegar a desarrollar la enfermedad,
sobre todo ayudado de fármacos.
Durante los meses siguientes al nacimiento, el contacto
entre madre e hijo es máximo. La madre infectada
no podrá amamantar a su bebe por el riesgo de
transmisión del virus a través de la leche
o de alguna herida en la zona del pezón o la
boca del bebé.
Salvando estas circunstancias, el riesgo para un hijo
que convive con uno o los dos padres infectados por
el VIH, es relativamente pequeño. Las normas
de convivencia con pacientes seropositivos obligan
a determinadas precauciones para evitar contactos con
la sangre del paciente.
Habrá que tener aparte objetos como cepillos
de dientes o cuchillas de afeitar y tener especial cuidado
al limpiar cualquier resto sanguíneo del
paciente tras un accidente doméstico como un
corte o una hemorragia nasal.
Sin embargo, sí pueden compartirse cubiertos
o toallas y cualquier otro utensilio que no entre en
contacto directo con la sangre.
Ni qué decir tiene que el beso, algo que define
a la relación entre padres e hijos, si puede
formar parte de nuestras relaciones. No existe riesgo
de contagio por besar a un hijo ni tampoco por acariciarle o abrazarle o respirar cerca de él.
10. SE DEBE CONTAR QUE UNO ES ENFERMO DE SIDA?
Esta pregunta es quizás poco apropiada para
ser respondida por un médico a secas. Sin embargo,
la experiencia con muchos pacientes a lo largo de años
nos permite dar unos consejos útiles en este
sentido.
La primera pregunta no debe ser si debo o no decir
que tengo sida sino a quién debo decírselo.
No somos partidarios de aconsejar a los pacientes que
comuniquen esta información a todo su entorno,
y menos al principio.
En general, no decimos a los compañeros de
trabajo, de barrio o amigos no íntimos que estamos
enfermos de tal o cual cosa con grandes detalles. El
sida es además una enfermedad con tan mala prensa
que todavía confiere al paciente que la sufre
la condición poco menos que de apestado de la
sociedad.
Los conceptos están cambiando muy rápidamente
y cada vez se considera más el sida como
un problema que le puede ocurrir a cualquiera. De hecho,
muchas de las campañas publicitarias de información
realizadas por un gran número de instituciones
han sido enfocadas en este sentido. También existe
cada vez más cultura sobre esta enfermedad entre
la población general -algo a lo que pensamos
contribuir desde este Web-.
A pesar de todo y desgraciadamente, el sida sigue siendo
considerado un estigma social y el miedo a la enfermedad
es todavía demasiado alto como para que, en general,
se permita a un afectado convivir relajadamente con
un entorno que conozca su situación.
Mi primera recomendación es que antes de
dar a conocer su problema dedique un tiempo de reflexión
a decidir a quién hace partícipe
de su situación.
Elija personas que le sean necesarias en el manejo
de su nueva situación personal y descarte aquellos
que no se van a ver afectados por su condición
de enfermo o que no vayan a implicarse directamente
en ayudarle a enfrentarse a esta nueva circunstancia.
Lo mejor es elegir un confidente inicial que
ayude a mantener la perspectiva necesaria en los primeros
momentos. Cuando un sujeto conoce por primera vez su
condición de seropositivo necesita indudablemente
apoyarse en alguien con quien compartir esta nueva situación.
Es quizás un momento crucial en el que todo un
torbellino de ideas pasa por la cabeza y nos desorienta
haciendo difícil la toma de decisiones.
Ya llegará el momento de normalizar nuestra
actitud vital y podremos entonces decidir con mayor
serenidad otras personas cercanas a las que hacer partícipes
de nuestra situación. Indudablemente, es recomendable
que, de tenerla, nuestra pareja sexual estable
sea partícipe de esta información. Es
necesario que también se someta al análisis
de seropositividad para saber si está o no infectada
y prevenir el contagio.
La condición de infectado debe modificar nuestras
prácticas sexuales que han de realizarse con
preservativo y el resto de precauciones necesarias incluso
cuando nuestra pareja sexual esté también
infectada. El virus que cada paciente transporta en
la sangre no es idéntico al de cualquier otro
sujeto infectado: tiene un comportamiento diferente
ante los medicamentos con resistencias también
distintas. Por tanto, la entrada de un nuevo VIH en
un sujeto ya infectado puede empeorar claramente su
situación.
Para acabar de contestar a esta pregunta queremos
aconsejarle que limite mucho esta información,
sobre todo al principio, cuando las ideas personales
todavía no están del todo claras. Sin
embargo, también queremos animarle a que confíe
en al menos una persona cercana que le apoye durante
este duro período. Por último, independientemente
de su organización sentimental o familiar, debe
ser responsable a la hora de mantener relaciones sexuales
y justo con su o sus parejas sexuales anteriores dándoles
la oportunidad de acceder a tiempo a un análisis
que les confirme o descarte su seropositividad para
poder beneficiarse del tratamiento precoz de esta enfermedad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario