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martes, 15 de julio de 2014

LO QUE PASA POR LA CABEZA DE UN FUTBOLISTA


No podemos evitar deslumbrarnos por las habilidades en el juego. Ya sea un cabezazo lanzado sobre un portero boquiabierto, o el salto de último momento del guardameta para evitar el gol, parecería que los jugadores tienen talentos que no sólo van más allá de lo descriptible, sino que también van más allá de la comprensión consciente.
Pero los jugadores que corren, se tiran y se esfuerzan en los campos de fútbol de Brasil, tienen mucho más de inteligencia cotidiana de lo que se imagina.
A menudo hablamos de las asombrosas hazañas atléticas como si fueran completamente ajenas al razonamiento común. Cuando decimos que un futbolista actúa por instinto, por costumbre o gracias a su condición física, separamos lo que hacen de lo que resuena en nuestras propias cabezas.
La idea que tenemos de "memoria muscular" refuerza esto -aquello que nos permite relacionar hazañas de habilidad motora con una especie de fenómeno psicológico especial, como si hubiera algo almacenado, una poción mágica, en nuestros músculos.
Pero la verdad es que los llamados recuerdos musculares se almacenan en nuestro cerebro, al igual que cualquier otro tipo de recuerdo. Y lo que es más, estos ejemplos de grandes habilidades no son tan diferentes del razonamiento común.
Al hablar con atletas de clase mundial, como los futbolistas de la Copa del Mundo, sobre de lo que hacen en el campo de juego, descubrimos que el razonamiento consciente está muy presente en esos momentos de habilidad sublime.
Por ejemplo, en 2012 el inglés Wayne Rooney describió lo que se siente al recibir el balón dentro del área: "En una fracción de segundo uno se hace como seis preguntas. Tal vez tenga tiempo para bajar el balón con el pecho y disparar, o quizás haya que cabecear directamente. Si el portero está más atrás, hay espacio para darle un toque. Hay que decidir. Entonces, todo se trata de la ejecución".
¡Todo esto en tan sólo medio segundo! Claramente, Roonie piensa más, y no menos, durante estos momentos cruciales.
Este no es un ejemplo aislado. En el Mundial de 1998, Dennis Bergkamp deleitó a los aficionados holandeses al anotar el hermoso gol de la victoria con un pase largo en los cuartos de final contra Argentina (y si mira el video en YouTube, asegúrese de que sea el que tiene los comentarios eufóricos de Jack van Gelder).
En una entrevista posterior, Bergkamp describe minuciosamente todos los factores que conducen a la meta, desde el momento en que establece contacto visual con el defensa a punto de quitar el balón, hasta sus cálculos acerca de cómo controlar el balón.
Incluso se le escapó que parte de su cerebro hace un seguimiento de las condiciones de viento. Al igual que Rooney, no se trata de un momento de instinto inconsciente, sino de instinto combinado con un torbellino de razonamiento consciente. Y todo se integra en un instante.
Estudios sobre la forma en que el cerebro incorpora nuevas habilidades, hasta que los movimientos se vuelven automáticos, puede ayudar a comprender esta imagen.
Sabemos que atletas como los que participan en el Mundial tienen un entrenamiento de muchos años de práctica deliberada y consciente. A medida que van avanzando, se desarrollan redes cerebrales específicas que permiten que sus movimientos sean desplegados con menos esfuerzo y más control.
Además de que las redes cerebrales implicadas se tornan cada vez más refinadas, las áreas más activas del cerebro relacionadas con el control de los movimiento cambian con una mayor habilidad: a medida que practicamos, las zonas más profundas del cerebro se reorganizan para funcionar mejor, dejando que la corteza (que incluye áreas relacionadas con la planificación y el razonamiento) tenga una mayor libertad para asumir nuevas tareas.
Pero esto no significa que pensamos menos cuando somos más habilidosos. Por el contrario, este proceso llamado automatización significa que pensamos de manera diferente.
Bergkamp no tiene que pensar en su pie cuando quiere controlar el balón, por lo que puede pensar en el viento, o en la defensa, o en el momento exacto que quiere controlar el balón.
Para realizar movimientos que requieren mucha práctica, tenemos que pensar menos en controlar todas las acciones, y lo que hacemos tiene el mero fin de alcanzar nuestro objetivo (como anotar un gol en el caso del fútbol).
En la misma línea, y a diferencia del concepto de que las habilidades son reflejos robóticos, los experimentos demuestran que una mayor flexibilidad conlleva al desarrollo de una mayor automaticidad.
Tal vez nos guste pensar que los futbolistas son tontos porque queremos sentirnos bien con nosotros mismos, y muchos futbolistas no son tan elocuentes como muchos de los cerebritos con los que tradicionalmente asociamos a las personas inteligentes (y que no han sido entrenados para ser elocuentes), pero los estudios sugieren que las hazañas que vemos en la Copa del Mundo implican una gran cuota de razonamiento.
La inteligencia implica recurrir a la deliberación consciente, en un nivel adecuado, para controlar de manera óptima las acciones.
Conducir un auto es más fácil porque uno no tiene que pensar en la física detrás de la combustión del motor, y también es más sencillo porque no hay que pensar en los movimientos requeridos para cambiar de marcha o encender los indicadores.
Pero aunque conducir depende de habilidades automáticas, esto no significa que uno no piense al conducir. Los mejores conductores, así como los mejores futbolistas, toman más decisiones cada vez que demuestran su talento, y no menos.
Por lo tanto, las grandes habilidades de los futbolistas no difieren tanto de las cosas que hacemos a diario como caminar, hablar o manejar.
Hemos practicado estas acciones tantas veces que no tenemos que pensar demasiado en cómo hacerlas. Incluso no prestamos demasiada atención a lo que hacemos, ni recordamos estas acciones (¿acaso nunca le pasó terminar un trayecto sin recordar una sola cosa del viaje?).
De hecho, gracias a que hemos practicado esas habilidades podemos realizarlas al mismo tiempo que otras acciones -caminar y mascar chicle o hablar mientras atamos los cordones de nuestros zapatos, entre otras.
Esto no hace que el misterio sea menor, pero se alinea con el principal misterio de la psicología: cómo aprendemos a hacer las cosas.
Así que mientras difícilmente uno se encuentre en el lugar de Bergkamp y Rooney, preparándose para disparar ante el arquero, por lo menos se puede consolar pensando que cada vez que está al volante demuestra habilidades como las de una leyenda de la Copa del Mundo.

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