El bronceado de la piel es una respuesta ante la agresión y el daño de la radiación UV. El color bronceado va desapareciendo gradualmente, sin embargo, el daño producido en las células de la piel permanece y se va acumulando porque “la piel tiene memoria”.
Existe evidencia de que la exposición a la radiación ultravioleta de forma intermitente, generalmente en actividades al aire libre, está relacionada con la aparición de todos los tipos de cáncer cutáneo, incluyendo el melanoma (tumor maligno de células pigmentaria). Es el tipo de cáncer cutáneo menos frecuente, pero el que produce mayor número de muertes relacionadas con el cáncer de piel. Por esta razón, existe una gran preocupación en la comunidad científica acerca de los riesgos cancerígenos de la utilización de camas o lámparas solares para broncearse. Se ha comprobado en varios estudios que la utilización de las mismas, sobre todo si comienza a una edad inferior a los 35 años, aumenta significativamente el riesgo de aparición de melanoma cutáneo.
Otro dato preocupante que se ha estudiado mediante encuestas, tanto en Europa como en Estados Unidos, es que cada vez está más extendido el uso de las camas solares, sobre todo entre la gente joven e incluso entre niños de 10 y 11 años.
Se ha demostrado que los tanoréxicos (adictos al bronceado) experimentan una pérdida del control de sus límites, el cual evita poder parar el proceso de bronceado una vez que la piel ya está morena, dicho patrón es similar a otras adicciones como el alcoholismo o tabaquismo. Algunos síntomas que experimentan estas personas serían: ansiedad excesiva por no perder el tono ganado, la competencia entre compañeros para ver quién puede conseguir el bronceado más oscuro y la frustración crónica sobre el color de la piel, cuando la persona afectada está convencida que su tono es constantemente inferior de lo que realmente es.
La exposición frecuente a la radiación ultravioleta, tanto natural como artificial, produce un envejecimiento cutáneo precoz con aparición de numerosas arrugas y manchas en la piel, disminuyendo la elasticidad de la dermis.
En líneas generales, las personas que deben extremar la precaución ante la exposición solar y que no deberían utilizar camas y lámparas solares, son los menores de edad, aquellos que tienen la piel muy clara, los que se queman con facilidad, personas con muchas pecas y lunares, con historia personal o familiar de cáncer cutáneo, los que tomen medicación fotosensibilizante (como por ejemplo tetraciclina, chlorpromazina, amiodarona y quinolona) y aquellos que posean un daño solar cutáneo extenso.
El uso de camas solares ha dado lugar a un aumento vertiginoso de melanomas en la piel. Por eso, esperamos que nuestras recomendaciones inspiren a los organismos de reglamentación para que adopten medidas de control más estrictas. De esta manera, el organismo intenta no sólo concientizar a las personas, sino también advertir a las autoridades sobre el riesgo que implica el uso de la cama solar.
Entre
las principales consecuencias de una exposición excesiva a la
radiación ultravioleta figuran las lesiones oculares y el
envejecimiento prematuro de la piel. Además, puede reducir la eficacia
del sistema inmunitario, aumentando así el riesgo de contraer
enfermedades infecciosas. Por ese motivo, la OMS aconseja
la no utilización de este medio por parte de personas menores de 18
años, ya que la piel de los adolescentes experimenta una rápida
actividad celular. El caso de los menores de 15 años es aún más
peligroso, ya que su piel no está preparada para recibir rayos
ultravioletas.
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